Riiinggggg, riiinggggg (en lugar de esto, léase el tono de la melodía de House; una, que es fan algo alelada)
-Yo: (para que me vayan conociendo les diré que soy un ser de exquisitos modales y distinguido y señorial trato, aunque a veces me meto con la Piaf): ¿Diga? (¿lo ven?, no tengo parangón)
-Voz varonil desconocida, de sonoridad madura, pueblerina y gallega: ¡Diga usted!
-Yo (algo confundida): Perdón, ¿cómo qué diga yo, buen señor?, ¡me ha llamado usted a mí!
-Señor extraño (insistentemente): ¡Diga! ¡Diga! ¿Quién es usted?
-Yo: (mucho más confundida): Pero, ¡usted me ha llamado a mí! Dígalo primero.
-Señor extraño: ¡Digaaaaaaaaa!
-Yo: (con evidentes síntomas de incipiente locura): ¡¡¡¡Que no tengo nada que decirrrrr!!!!
-Señor extraño: ¡Pero bueno! Yo soy Juan, ¿quién es usted?
-Yo: Pues yo soy... yo soy... pero, ¿qué Juan?
-Juan (supongo que ya podemos llamarle así, acaba de nacer para nosotros): Pues Juan Juan, ¡yo qué sé! ¡¡Señorita, no me confunda y dígame por qué la estoy llamando!!.
Perdón, pero justo aquí no he podido evitar soltar una enorme carcajada interna, y he tenido que hacer una pausa para que el universo se restableciera, preguntarme quién demonios era yo y darle respuesta a un señor gallego de por qué me estaba llamando (sin éxito, tengo que decir, aunque yo me inclinaba... para coger un euro del suelo).
Desde luego que este marginal hecho no ha pasado inadvertido para mi inquieta mente y la inminente sucesión de preguntas de orden trascendental ha sido un proceso imparable (dénse cuenta de la cantidad de adjetivos que empiezan por "i" me han salido sin proponérmelo).
¿Quiénes somos?. Juan, el gallego, había puesto el dedo en la llaga (espero que a muchos de ustedes no les incomode esta asquerosa referencia, si sirve de algo, mi buen gusto ha decidido que sea una llaga sin pus) con esa inocente cuestión (le presupongo dicha inocencia porque de fondo me parecía oir el balido de una oveja -puede que fuera una gaita- y un cencerro , y todos sabemos que un gallego que vive en el campo no puede albergar maldad).
Lo que quiero decir es que a mi me parece que uno no llega a conocerse nunca y que los demás, por supuesto, no tienen la menor idea de lo que ocurre en nuestro interior. Había una cita que decía "Todo hombre es una isla dentro de sí mismo" (tal vez esta no sea la cita exacta, pero no tengo tiempo de comprobarlo, a las diez viene el masajista y además se me ha dormido la mano).
-Yo: (para que me vayan conociendo les diré que soy un ser de exquisitos modales y distinguido y señorial trato, aunque a veces me meto con la Piaf): ¿Diga? (¿lo ven?, no tengo parangón)
-Voz varonil desconocida, de sonoridad madura, pueblerina y gallega: ¡Diga usted!
-Yo (algo confundida): Perdón, ¿cómo qué diga yo, buen señor?, ¡me ha llamado usted a mí!
-Señor extraño (insistentemente): ¡Diga! ¡Diga! ¿Quién es usted?
-Yo: (mucho más confundida): Pero, ¡usted me ha llamado a mí! Dígalo primero.
-Señor extraño: ¡Digaaaaaaaaa!
-Yo: (con evidentes síntomas de incipiente locura): ¡¡¡¡Que no tengo nada que decirrrrr!!!!
-Señor extraño: ¡Pero bueno! Yo soy Juan, ¿quién es usted?
-Yo: Pues yo soy... yo soy... pero, ¿qué Juan?
-Juan (supongo que ya podemos llamarle así, acaba de nacer para nosotros): Pues Juan Juan, ¡yo qué sé! ¡¡Señorita, no me confunda y dígame por qué la estoy llamando!!.
Perdón, pero justo aquí no he podido evitar soltar una enorme carcajada interna, y he tenido que hacer una pausa para que el universo se restableciera, preguntarme quién demonios era yo y darle respuesta a un señor gallego de por qué me estaba llamando (sin éxito, tengo que decir, aunque yo me inclinaba... para coger un euro del suelo).
Desde luego que este marginal hecho no ha pasado inadvertido para mi inquieta mente y la inminente sucesión de preguntas de orden trascendental ha sido un proceso imparable (dénse cuenta de la cantidad de adjetivos que empiezan por "i" me han salido sin proponérmelo).
¿Quiénes somos?. Juan, el gallego, había puesto el dedo en la llaga (espero que a muchos de ustedes no les incomode esta asquerosa referencia, si sirve de algo, mi buen gusto ha decidido que sea una llaga sin pus) con esa inocente cuestión (le presupongo dicha inocencia porque de fondo me parecía oir el balido de una oveja -puede que fuera una gaita- y un cencerro , y todos sabemos que un gallego que vive en el campo no puede albergar maldad).
Lo que quiero decir es que a mi me parece que uno no llega a conocerse nunca y que los demás, por supuesto, no tienen la menor idea de lo que ocurre en nuestro interior. Había una cita que decía "Todo hombre es una isla dentro de sí mismo" (tal vez esta no sea la cita exacta, pero no tengo tiempo de comprobarlo, a las diez viene el masajista y además se me ha dormido la mano).
4 comentarios:
¡Ah, madmoiselle! Ha puesto usted el dedo en la llaga más rezumante de pus (si le parece una imagen poco grata para alguien de su distinguida delicadeza puede usted imaginar una llaga que no sea tan enorme como un volcán y cuyo pus sea uno normal y no uno infecto y maloliente). ¿Quiénes somos? ¿De donde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Existe un más allá? ¿A cuanto está del centro? ¿Hay allí chicas?. ¿Somos lo que creemos que somos o somos lo que los otros creen que somos?. ¿Hay diferencia entre ser un idiota y que el resto piense que somos idiotas sin serlo? Me permito apuntar que es mucho peor lo primero, y me permito apuntalar la valla del jardín que está apunto de caerse y uno nunca sabe si tendrá la suerte de que caiga sobre Paulo Coelho.
Oh has the world changed, or have I changed?
oh has the world changed, or have I changed?
some nine year old tough who peddles drugs
I swear to God, I swear I never even knew what drugs were...
("The Queen is Dead", The Smiths)
Pues no sé si habrá chicas o no, espero que sí, y no porque yo tenga tendencias... sino porque espero que de existir un lugar como tal se me acepte la entrada.
Si tuviera que elegir me quedaría con "Please, please, please let me get what I want" o "There is a light that never goes out". Pero como no tengo que elegir nada, no lo haré.
Ya que la cosa va de islitas te pongo el epígrafe que usó Ernest Hemingway en “Por quién doblan las campanas”:
“Ningún hombre constituye por sí mismo una isla; cada hombre es una porción del continente, una parte de tierra firme (...) la Muerte de cualquier hombre me disminuye, puesto que estoy implicado en la condición humana; por lo tanto nunca busques saber por quien doblan las campanas; están doblando por ti”. (John Donne)
Deja la mano que duerma, no la despiertes, pobre, cántale una nana: “A la nana, nana, nana, a la nanita le haremos, una chocita en el campo y en ella nos meteremos”.
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