viernes, marzo 20, 2009

Los relatos del Padre Brown (G. K. Chesterton)

Hay compras que son verdaderamente extraordinarias, exquisitas, yo incluso diría, sobrenaturales. Una siente con ellas el goce casi infantil del que halla un tesoro de alguna tierra inmemorial y quiere mostrar, con el pecho henchido de orgullo, su descubrimiento al mundo.

Al margen de este pueril, pero heroico, razonamiento, no creo que a estas alturas vaya a revelarles nada extraordinario que no sepan de mis preferencias, en este caso, literarias. Pero aún así, les confieso que hay en mí una suerte de enigmático y fascinante redescubrimiento eterno de este autor que me lleva magnéticamente a la compra (¡y lectura!) compulsiva de cualquier reedición que de sus escritos se hace. En este caso, además, se trata de algo grandioso, imprescindible en cualquier biblioteca, la recopilación de todos los relatos detectivescos del adorable Padre Brown que lleva a cabo la editorial Acantilado.

Al buscar algo de información del mencionado libro, me he topado providencialmente con una página que realiza un monumental artículo acerca de estos relatos y en la que nada falta y nada sobra. Por una vez, solo por una vez, no comparto una opinión de Chesterton, aunque claro, esto es porque perjudica al propio Chesterton, y es cuando escribió aquello de: "El gran clásico es un hombre del que se puede hacer el elogio sin haberlo leído".

No, no, no. Me niego. Lean a Chesterton, lean a Chesterton, lean a Chesterton.


EL PADRE BROWN
Son cinco recopilaciones de relatos tituladas: El candor, La sabiduría, La incredulidad, El secreto y El escándalo del Padre Brown .

El candor del Padre Brown
(The Innocence of Father Brown, 1911)
Doce relatos. Destacan: La cruz azul, el primero, en el cual el famoso delincuente Flambeau se disfraza de cura y el P.B lo descubre: «Usted atacó la razón; y eso es de mala teología»; Las pisadas misteriosas, quizá el mejor caso a juicio del mismo P.B, pues en él logró evitar un crimen y acaso salvar un alma, gracias al sencillo procedimiento de haber escuchado unos pasos por un pasillo; La muestra de la espada rota, la resolución de un enigma histórico, una batalla en la que «uno de los hombre más sabios del mundo obra un día como un idiota, sin ninguna razón», y «uno de los hombres más buenos del mundo obra un día como un demonio, sin ninguna razón».Además están: El jardín secreto, en el que un hombre tiene la notable cualidad de que su presencia es tan ostensible como su ausencia; Las estrellas errantes, el último delito de Flambeau, un robo de joyas que contaba él mismo en su «edificante vejez» y a partir del cual abandonó la delincuencia; El Hombre Invisible, acerca de un personaje que resulta mentalmente invisible para quienes le rodean (un relato muy valorado por los expertos en el género); La honradez de Israel Gow, un caso de honradez tan extraño como alambicado que se desarrolla en un castillo escocés; La forma equívoca, el misterioso asesinato de un poeta drogadicto; Los pecados del príncipe Saradine, un hombre perverso que se confunde porque olvida la virtud humana; en El martillo de Dios aparece asesinado un eclesiástico perteneciente a una familia de aristócratas; en El ojo de Apolo Flambeau estrena oficina y se habla de «una de esas religiones nuevas que le perdonan a uno los pecados asegurando que nunca los ha cometido»; en Los tres instrumentos de la muerte fallece asesinado un hombre muy popular y conocido por su alegría permanente.

La sabiduría del Padre Brown
(The Wisdom of Father Brown, 1914)
Doce relatos. Mis preferidos son tres: El hombre del pasaje, de ambiente teatral, en el que los espejos tienen la clave; La peluca roja, de ambiente periodístico, en el que se dice la famosa frase «el periodismo consiste principalmente en decir “muere lord Jones” a gente que no tenía ni idea de que lord Jones estuviera vivo»; El extraño crimen de John Boulnois, o de cómo los pecados veniales resultan a veces más difíciles de confesar que los mortales.Los otros son: La ausencia del señor Copa, el criminólogo científico Orion Hood no resuelve un misterio que sí aclara el P.B.; El paraíso de los bandidos tiene lugar en Italia cuando al carruaje donde viajan un banquero inglés y el P.B. lo asaltan unos bandoleros; en El duelo del doctor Hirsch un famoso científico ateo es desafiado por un italiano creyente que luego desaparece, y cuando Flambeau no comprende qué ha pasado el P.B. le indica que la prueba moral es más clara que cualquier otra prueba; El error de la máquina es un caso de cuando el P.B. fue capellán en una prisión de Chicago, veinte años atrás, en el que se había condenado a un delincuente a partir del testimonio de un detector de mentiras; La cabeza del César es un caso de chantaje familiar que termina con un suicidio; en El fin de los Pendragon el P.B. frustra las intenciones de un tipo que desea quedarse con la fortuna familiar; en El dios de los gongos su intervención evita el asesinato que se iba a cometer en medio de un combate de boxeo; en La ensalada del coronel Cray aclara la maldición de una sociedad secreta india que pende sobre el coronel Cray; El cuento de hadas del Padre Brown, que se desarrolla en Alemania, trata de un antiguo asesinato sin resolver que cuenta Flambeau al P.B.

La incredulidad del Padre Brown
(The Incredulity of Father Brown, 1926)
Ocho relatos, todos ellos sin Flambeau, uno en Sudamérica, varios en los EE.UU. Para mí destacan: El oráculo del perro o la importancia de tratar a los perros como perros; El milagro de la calle de la Media Luna o lo natural que resulta creer en lo sobrenatural.Luego están: La resurrección del P.B, el único relato donde el P.B. sufre una agresión y que tiene lugar en la costa septentrional de Sudamérica; La saeta del cielo, o cómo el P.B. averigua quién es el asesino de un millonario pero lo deja huir; La maldición de la cruz de oro, un caso relacionado con la arqueología en el cual el P.B. afirma que «resulta mucho más natural aceptar un relato sobrenatural que se refiera a cosas que no comprendemos, que aceptar un relato natural que se oponga a las cosas que comprendemos»; El puñal alado, donde se cuenta por qué al P.B. le daba un estremecimiento cada vez que colgaba su sombrero en el perchero; El sino de los Darnaways, un caso trivial oscurecido por una vieja leyenda de aristócratas arruinados; El fantasma de Gideon Wise, para el P.B. el ejemplo más extraordinario de la teoría de la coartada.

El secreto del Padre Brown
(The Secret of Father Brown, 1926)
Diez capítulos. El primero, titulado El secreto del Padre Brown, es una conversación entre el P.B., Flambeau y un amigo estadounidense, en la que el P.B. indica su secreto: imaginarse con todos los pormenores cómo se puede cometer un crimen y en qué estado mental puede hacerse, la convicción de que «no existe un hombre que sea realmente bueno mientras no sepa cuán malo puede llegar a ser». El último capítulo, titulado El secreto de Flambeau, es un comentario a los casos narrados donde el Padre Brown subraya de nuevo su secreto: «Un crimen puede parecer tan terrible porque no se concibe la posibilidad de cometerlo. Yo lo creo horrible, porque podría cometerlo». En medio hay ocho casos. Yo destacaría La penitencia de Marne, o la diferencia entre cómo perdonan los hombres y cómo perdona Dios, el mejor caso del Padre Brown a juicio de muchos.Además están: El espejo del magistrado, un asesinato resuelto gracias a un espejo roto; La luna roja de Meru, que trata sobre la desaparición de un rubí; El mayor crimen del mundo, un caso de ironía infernal o el gozo que da poder decir la verdad en el mismo infierno y decirla de tal manera que todo el mundo la interprete mal; en El hombre de dos barbas está la explicación de por qué «si hay un cierto tipo de hombre que se inclina a desoír a Dios, es el hombre de negocios»; en La actriz y su doble muere un empresario teatral; en La canción del Pez Volador se roban unos peces de oro; La desaparición de Vaudrey es un caso de orgullo venenoso.

El escándalo del Padre Brown
(The Scandal of Father Brown, 1935)
En su origen, esta recopilación contenía ocho casos, titulados con el que inicia la colección, quizá el mejor, y que trata de cómo la verdad viaja siempre «media hora detrás de la calumnia, y nadie puede estar cierto de cuándo y dónde la alcanzará».Los otros siete eran: El «rápido», que habla de la extraña muerte de un periodista tan gruñón y fanático como íntegro y amistoso; La ráfaga del libro, cuyo protagonismo lo tiene un libro misterioso que causa la desgracia de quien lo abre; El hombre verde, donde un almirante aparece muerto en un estanque; La persecución del señor Blue, sobre un millonario asesinado y un estrambótico detective que debía protegerlo; El crimen del comunista, tal vez el segundo mejor relato de la colección, en el cual el Padre Brown arremete contra el capitalismo y lo califica de ser tan o más execrable que el comunismo; La punta de un alfiler, donde un constructor, amenazado por los sindicatos, parece haberse suicidado; El problema insoluble, que trata sobre un tipo que parece haber tomado pastillas, haberse colgado de un árbol, y haber sido acuchillado, y en el que reaparece su amigo Flambeau.Además, en la edición de Valdemar de 2007, se añaden dos casos más que Chesterton no había entregado para su publicación: en La vampiresa del pueblo el asesinato de un actor en un pueblo es resuelto años después y el culpable resulta ser alguien inesperado; en La máscara de Midas hay otro tipo de culpable más habitual en los relatos de Chesterton, «uno de esos magos de la modernidad (...), un genio de las finanzas» cuyos «robos eran robos a miles de pobres».


Chesterton, un gran lector de novelas policiacas, formuló en más de una ocasión sus ideas acerca de cómo debían ser esa clase de relatos: breves, de tiempo y alcance limitados, con un número reducido de sospechosos y que jugasen limpio con el lector. Puso en práctica sus ideas con los casos protagonizados por el Padre Brown y provocó una revolución en las novelas policiacas, entonces dominadas por las imitaciones de Sherlock Holmes. En primer lugar, debido a su protagonista, tan singular en su apariencia y en sus actitudes que influirá mucho en otros detectives posteriores. En segundo lugar, por el énfasis en los motivos de los actos criminales o, si se quiere ver por el otro lado, por el particular enfoque del Padre Brown para encontrar las soluciones. A esos rasgos añadió una calidad literaria y una profundidad muy por encima de lo habitual.

El Padre Brown es un curita con «una cara redonda y roma, como budín de Norfolk,
unos ojos tan vacíos como el mar del Norte» (La cruz azul); con unos «habituales
andares renqueantes» (El fantasma de Gideon Wise); que a veces parece
comportarse infantilmente y que siempre lleva en las manos un paraguas. En El
duelo del doctor Hirsch se lo describe como un hombre que, «como solía llevar
una vida de lo más anodina, tenía una afición muy peculiar a los lujos
imprevistos y aislados; se trataba de un epicúreo abstemio». En El fin de los
Pendragon se dice que, «incluso cuando se sentía desconcertado, el P.B. tenía la
suficiente clarividencia para poder analizar su propio desconcierto». En El dios
de los gongos se cuenta que tenía «una enorme resistencia para insistir sin
perder la paciencia, ante la cual la mente de los burócratas no suele tener
capacidad de reacción».

Y, de un modo parecido a como Sherlock Holmes tenía como ayudante al doctor Watson, en algunos casos el P.B. tendrá en el antiguo delincuente y luego detective Flambeau a un oponente que, aunque no resaltará la sabiduría de su compañero al modo admirativo de Watson, sí emprenderá vías de solución con frecuencia equivocadas o facilitará que el P.B. explique su postura y sus deducciones.Los trabajos que afronta el Padre Brown no son unos casos-problema para que pueda desentrañar el lector: son relatos literariamente acabados donde se mezclan con brillantez el misterio, el humor y un sentido común que podría denominarse teológico. Si Chesterton opinaba que los casos policiacos de Sherlock Holmes eran los mejores que se habían escrito, los suyos están construidos a la contra de su cientificismo, pues las deducciones del Padre Brown se basan en la comprensión del interior del delincuente y no tanto en las pruebas materiales objetivas.


También tiene Chesterton la intención de combatir los modos de pensar que le parecen desenfocados: el orientalismo entonces a la moda, las creencias parapsicológicas (que defendía el mismo Conan Doyle), el pensamiento social con el de algunos antepasados o contemporáneos suyos (como William Morris o H. G. Wells entre otros), etc. En esas y otras direcciones, el ingenio y la profundidad que gasta el Padre Brown en sus explicaciones de fondo sobrepasan lo común: «La primera consecuencia de no creer en Dios es que uno pierde el sentido común y no es capaz de ver las cosas tal y como son. Cualquier cosa que te cuentan y dicen que es muy importante, cobra un valor infinito, como el paisaje de una pesadilla. Un perro se convierte en oráculo, y un gato en misterio, y un cerdo en mascota, y un escarabajo en animal sagrado, y se resucita todo el zoo del politeísmo de Egipto y de la India antigua» (El oráculo del perro).

Por esta razón, los relatos de Chesterton conviene leerlos poco a poco, reflexivamente: su amor por las paradojas es mucho más que un juego intelectual. En cuanto a la confección de sus relatos, Chesterton compone las escenas de un modo teatral y, al tiempo, da valor a cada una de las observaciones que hacen sus personajes y a cada uno de los adjetivos que pone. Si habla de la «ensangrentada oscuridad» que da una bombilla roja de un cuarto para revelar fotografías, el lector hará bien en esperar que algo sucederá (El sino de los Darnaway). Y también tendrán una finalidad las descripciones coloristas como la del «sendero flanqueado por flores azules que va todo recto hasta la oscura entrada del invernadero, y el abogado que bajaba por el mismo, con traje negro y chistera, y la roja cabeza del secretario asomando por encima del seto verde, que recortaba con unas tijeras de jardinero» (El oráculo del perro).

Por supuesto, los títulos son significativos: el candor es tanto el aspecto externo del P.B. como el remedio para convertir al delincuente; la sabiduría es saber distinguir la realidad de las apariencias; la incredulidad tiene que ver con que si uno cree en los verdaderos milagros no cree en cualquier milagro; el secreto del P.B. es tanto su técnica detectivesca como su talante; el escándalo se refiere a la sorpresa que causan sus actitudes y su modo de juzgar los delitos.

Las dos personalidades del Padre Brown.
En su autobiografía, Chesterton cuenta cómo concibió al personaje del Padre Brown. Invitado a una cena, conoció allí a un sacerdote bajito y con cara de duende: el padre John O’Connor, quien más influencia tendría en su conversión posterior al catolicismo. Al día siguiente, charlando con él, descubrió que tenía un profundo conocimiento de muchas cuestiones sociales sórdidas. Luego, en otra conversación en la que ese sacerdote no estaba, dos jóvenes estudiantes de Cambridge manifestaron su admiración por él pero hicieron notar que, con el tipo de vida que llevaba, no sabía nada de la verdadera maldad del mundo. Chesterton pensó entonces en la gran ironía encerrada en esa observación y concibió a su personaje novelesco. A lo largo de los relatos se describe su comportamiento en distintas circunstancias y se dibujan sus hábitos mentales, a veces indicando lo mismo de distintos modos.

Quizá la descripción más completa sea esta: «Dentro del Padre Brown había en realidad dos personalidades. Una era la de un hombre de acción, humilde como una prímula y puntual como un reloj, que cumplía con sus pequeñas obligaciones sin que se le ocurriera ni por lo más remoto alterar el orden de las mismas. Y la otra era la de un hombre de reflexión, mucho más sencillo pero mucho más fuerte, al que no era fácil detener y cuyo pensamiento (en el único sentido inteligente de esta expresión) era el propio de un librepensador. No podía evitar, aunque fuera de manera inconsciente, plantearse todas las preguntas que uno podía plantearse y contestarse a todas las que supiera contestar, y todo esto lo hacía con la misma naturalidad con que respiraba o con que circulaba la sangre en sus venas. Pero conscientemente nunca actuaba fuera de la esfera de su propio deber; y en este caso siempre ponía adecuadamente a prueba estas dos actividades. Se disponía a reemprender su caminata con paso cansado bajo la débil luz del amanecer, diciéndose para sus adentros que aquello no era asunto suyo, aunque dándole instintivamente vueltas y más vueltas en la cabeza a dos docenas de teorías capaces de explicar aquellos extraños ruidos» (La ensalada del Coronel Cray).

miércoles, marzo 11, 2009

Asfixia

"Estaba allí sentado y miraba las cartas que había escrito mi mujer en el transcurso del tiempo y leía las notas que había tomado en el transcurso del tiempo y lloraba a lágrima viva.
Nos acostumbramos, naturalmente, durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él perdemos, y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada, la más enaltecida y exaltada, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. Cuando el ser querido por nosotros más que cualquier otro del mundo ha muerto, nos deja con horribles remordimientos, dijo Reger, con espantosos remordimientos, con los que tenemos que existir después de su muerte y en los que un día nos asfixiaremos".

Thomas Bernhard.

miércoles, marzo 04, 2009

No viviré fuera de mí

No viviré fuera de mí,
no veré con los ojos de los demás,
mi bien es bueno, mi mal malvado,
estaría libre, no puedo ser
mientras acepto las cosas
según la apreciación de los otros.
Me atrevo a intentar trazar mi propio camino
en el que todo lo que me complace será Bueno,
en el que lo que odio es Malo,
no hay más que hablar y a partir de aquí, por favor, Dios,
renuncio para siempre al yugo de las opiniones de los hombres.
Seré alegre como un pájaro y viviré con Dios.
Lo encuentro en el fondo de mi corazón,
oigo continuamente allí su voz.
Y libros, y sacerdotes, y mundos, aprecio menos
¿quién dice que el corazón es un guía ciego?
No es cierto, mi corazón nunca me aconsejó pecar,
me pregunto de dónde sacó su sabiduría
pues en laberinto más oscuro de los más dulces cebos
o entre horribles peligros ni una sola vez
ese amable ángel falló en su oráculo,
esa agujita siempre conoce el norte,
el pajarillo recuerda en su oráculo
y este sabio profeta nunca yerra.
Nunca he enseñado lo que él me enseña a mí,
sólo le sigo cuando actúo correctamente.
¿De dónde venía este Espíritu Omnisciente?
De Dios venía. Es la deidad.

Ralph Waldo Emerson.

A J. (mi deidad)

Gracias.