viernes, mayo 16, 2008

El arte de no escuchar

Me pregunto si alguna vez han tenido la sensación de estar hablando, y que esa otra persona, receptora de sus interesantes y dignas reflexiones (por ejemplo, bien podrían estar comentándo con el ardor de un estudiante, el último artículo que han leído en "El mundo del avicultor" o "La revista del puro" o tal vez haciendo una elaborada crítica de la película "No te fíes de un endocrinólogo pálido"), parezca sumida en un mar de fantasías o un mar de turbulentos pensamientos tales como: ¿Qué haré de comer hoy?, ¿Le pareceré atractivo/a al nuevo/a de contabilidad?, Si quiero comprarme un boomerang nuevo, ¿cómo hago para deshacerme del viejo?.

Sin embargo, hay otros seres que, por contra, tienen a bien extremar el entusiasmo, ¿por qué lo harán?, si lo que digo es una completa estupidez, pero ellos parecen muy contentos, excesivamente contentos y con ganas de saber más. Que extraño.

Pero, ¿serán el mismo tipo?

Pues bien, como siempre, Chesterton tiene la respuesta:

"Gahagan declaraba que Mr. Pond insertaba esas frases insensatas solamente para descubrir si sus oyentes escuchaban. Mr. Pond nunca dijo tal cosa, y sus motivos seguían casi en el misterio. Pero Gahagan declaraba que hay toda una tribu de modernas señoras intelectuales que han aprendido solamente el arte de volver hacia quien habla, un rostro lleno de ardor y atención, mientras sus cerebros están tan ausentes que algunas frasecitas como: "Al encontrarse en la India, visitó, naturalmente, Toronto", entran inocuamente por un oído y salen por el otro sin turbar el culto cerebro que hay dentro".

Al encontrarme en Madrid, visité, naturalmente, el Alcázar de Segovia...

miércoles, mayo 14, 2008

Perla gris

Prometí que pronto el mundo (o al menos el reducido, adorable y demente mundo que lee este blog) sabría de nuestro común amigo y notable blogger, el Sr. Groucho. Pues bien, aquí está esta entrada para referir un insólito hecho. Sí, nuestro granuja camarada ha escrito un libro. Su título es Perla Gris. Pueden informarse más al respecto en el siguiente enlace: http://perlagris.blogspot.com/



Naturalmente, yo ya me pedí un ejemplar y por supuesto ya lo he leído. Tengo que admitir que dadas sus hilarantes entradas, disparatados comentarios e ingeniosa locuacidad, tenía la impresión de que iba a ser algo completamente humorístico, sin embargo, ¡caramba!, este señor sorprende por momentos. Reconozco que hubo veces en que leyéndolo sentí más terror que cuando contemplo la idea de una visita al dentista.

Bueno, léanlo o no, qué sé yo. Pero si se lo piden a él directamente, os lo enviará con una dedicatoria personalizada y una mantita eléctrica de viaje (chsssss, calle, calle, Sr. Groucho, déjeme a mí la labor marketiniana).

Para terminar esta entrada, me gustaría dedicarle una cita de Catón que aparece en "Las paradojas de Mr. Pond" del egregio escritor G. K. Chesterton:

"No está en los mortales reclamar el triunfo, pero haremos más, Sempronio, lo mereceremos."

jueves, mayo 08, 2008

Il Giardino Armonico

En otro de mis habituales impulsos melómanos, ayer por la tarde asistí al virtuosismo de la formación musical "Il Giardino Armonico". Sobran las palabras (esto queda muy bien cuando uno no sabe que escribir) cuando es sólo la música la que puede describirse a sí misma. He querido trasladarles un video de este grupo interpretando "La Ciaccona" de Tarquinio Merula. No conocía esta pieza hasta ayer. Obvie decir que me gustó tanto como para ponerla aquí pese a mi evidente torpeza a la hora de manejar proyecciones audiovisuales en este submundo bloguero.

Si os agradan, cosa que deseo, no dejeis de escuchar de manera perentoria sus interpretaciones vivaldianas o de los maravillosos Conciertos de Brandeburgo de Bach (además, son unos señores -algo más mayores que en el video- la mar de simpáticos).

Por otra parte, el caballero que tenía al lado (un tipo un poco raro -si quisiera fastidiarle diría "rarito"-) comentó algo acerca de una melodía infinita. Puede que se caiga por su propio peso, pero me dejó intrigada. Y como justo ahora estoy recordando que cuando asisto a un concierto me muevo mucho en la butaca, y esto para Aristóteles sería indeciblemente peor que simple fastidio, pues dijo aquello de:

Mientras una cosa cambie y se mueva, es que todavía no es perfecta.
Así pues, inmutabilidad y reposo son los signos de la suma perfección.
Dios es reposo.

Pues bueno, querido señor de al lado, entonces le pido disculpas por ser tan poco divina.

Disfruten de la música (al menos tienen la suerte de no tenerme al lado)


sábado, mayo 03, 2008

Edgar Allan Poe

Como he redescubierto a este sibilino escritor a raíz de que se me regalara un elegante tomo con sus cuentos completos y su única narración larga, "Las aventuras de Arthur Gordon Pym", me he tomado la licencia de trasladar aquí un artículo que he leído sobre el mismo y que me ha gustado mucho. Puede que se obvien ciertos detalles escabrosos y enigmáticos de su aciaga vida, pero para ello pueden leer la breve biografía que realiza Julio Cortázar, o alguno de los artículos de Borges sobre nuestro protagonista.

Había leído hace años varios de sus cuentos (y su novela de Arthur Gordon Pym que me resultó deliciosamente fantasmagórica -véase al respecto la leyenda acerca de las últimas palabras de Poe antes de morir-) -que sin duda releeré-. Esta vez he comenzado por su "William Wilson". ¡Qué cuento!. Si no lo han leído, hagánlo de inmediato. Se darán cuenta de cuanta literatura y cine le deben al mismo. Doppelgänger. El doble. No se me ocurre una pesadilla peor.

Les dejo con el artículo. Eso es todo, y nada más.


"Todo lo que vemos
no es más que un sueño en un sueño"


"Cabello oscuro, peinado hacia el costado con una raya vistosa; los ojos grandes
y luminosos; la mirada melancólica y, acaso, suplicante; el bigote cuidado; la boca, expresivamente hermosa. El retrato es de Edgar Allan Poe. Lo completa una chaqueta negra, generalmente abotonada hasta el cuello, y un encanto que se adivina, escapando del papel.
El semblante trágico nunca lo abandonaría. Cambiarían las causas, la cantidad de copas, la prolijidad de su ropa, pero hasta la hora última, su mirada sería profunda, melancólica y siempre seductora.
Inventó el cuento tal cual lo concebimos hoy, inventó el género policial, renovó
el género fantástico, inventó la noche y las pesadillas.

En la antigüedad clásica se creía que los artistas no eran sino instrumentos de los dioses. La inteligencia y el talento de nada servían sin la complicidad de las musas.
Poe, a salvo de cualquier absurda vanidad romántica, fue el primero en confesar que toda creación es un acto profundamente intelectual. El frenesí y el éxtasis, la inspiración mágica y espontánea, no son herramientas del poeta. En su Método de composición (1850) se aplicó en demostrar que en ningún punto sus propias composiciones podían atribuirse a la intuición o al azar. Invariablemente eran el resultado de la misma exactitud y de la lógica rigurosa de un problema matemático: Auguste Dupin fumando una pipa de espuma de mar en la oscuridad asfixiante de un café de París, escribiendo poemas de pérdidas y abandonos, ensayando cuentos de revanchas, locuras y castigos.

Borges notó la paradoja de que la doctrina romántica de una Musa que inspira a los poetas fuera la que profesaran los clásicos, y que la doctrina clásica del poema como una operación de la inteligencia fuera enunciada por un romántico.

“Lo bello es el único ámbito legítimo de la poesía”, escribirá Poe. “El placer a la vez más intenso, más elevado y más puro no se encuentra más que en la contemplación de lo bello”.
¿Y cuál es el tono más alto para la manifestación de la belleza?
“Toda la experiencia humana coincide en que ese tono es el de la tristeza. La belleza, en su desarrollo supremo, inevitablemente induce a las lágrimas a las almas sensibles. Así, pues, la melancolía es el más idóneo de los tonos poéticos.”

Y creó un poema eterno, “El Cuervo”, con el más sonoro y memorable de los ecos: Nevermore.
Edgar A. Poe, en una ocasión, en una aguda réplica, pidió que mejor se refirieran a él como “Edgar, a poet”, y no le faltaba razón. Edgar, un poeta.

El cuento es, sin embargo, el género donde puede rastrearse su contribución más importante. No obedeció a una predilección personal: tenía mayor demanda en las revistas literarias de la época y representaba su única posibilidad de afirmarse económicamente. Lo que, por otra parte, nunca consiguió.

Como nadie, Poe contribuyó a definir el cuento en la teoría con el mismo genio y perfección con que lo ejecutó en la práctica, poblando nuestro sueño de imágenes inmortales.
El supliciado que corre hasta el borde del pozo y mira hacia abajo. “¡Todo... todo menos eso!”, ruega. ¿Qué horrores reservó la Inquisición para el final? Los vemos con claridad, aun en esa celda descolorida y asfixiante, y también nosotros retrocedemos gritando de horror. Acaso gritando como grita Fortunato, entre risas histéricas, mientras Montresor continúa apilando hileras de mampostería, cerrando el nicho del que nunca escapará su ofensor. Tampoco consiguió escapar el príncipe Próspero. Inútil fue la altísima muralla que circundaba su abadía y los pesados cerrojos de hierro: aquel baile de máscaras, celebrado en el preciso instante en que la peste lo devastaba todo afuera, no consiguió impedir que una máscara que no había sido invitada llegara como un ladrón en la noche. Perturbadores dobles que recuerdan a la propia conciencia, un retrato hecho con pinceladas del tinte de las mejillas de la modelo, unos tablones flojos en el piso que laten con un fuerte zumbido, y la misma pregunta repetida una y otra vez en labios diferentes: ¿Por qué afirman ustedes que estoy loco?

Poe supo apasionar a dos escritores de su misma estatura, que emprendieron la tarea de traducirlo: Cortázar y Baudelaire. Hoy no pueden imaginarse otras versiones de sus cuentos.
Baudelaire vio en las extrañas composiciones de Poe una revelación: “Parecen haber sido creadas para demostrarnos que la singularidad es una de las partes integrantes de lo Bello”. Fue Cortázar quien debió ordenar y armonizar esos mosaicos de belleza variada y singular, haciendo de la suma de los cuentos un volumen único, tal como Poe mismo previó.

“¿Qué enfermedad es comparable al alcohol?”, se preguntó Poe proféticamente en “El gato negro”. En una carta a Virginia Clemm, su mujer, escribe:
“Mis enemigos atribuyeron la locura a la bebida, en vez de atribuir la bebida a la locura”.

Edgar Allan Poe murió en 1849, a los cuarenta años de edad, víctima de un sueño de delirium tremens del que ya no consiguió despertar."