Una mujer denuncia a un hombre por haberla difamado, y los cargos consisten en que la ha llamado "cerda". Se declara que el hombre es culpable y le obligan a pagar los daños y perjuicios.
Tras el juicio, el hombre le pregunta al juez:
-¿Significa esto que ya no podré llamar "cerda" a la señora Harding?.
El juez dice:
- Exactamente
-¿Y tampoco puedo llamar señora Harding a una cerda?
-Si quiere- le dice el juez-. Usted puede llamar señora Harding a una cerda. Eso no constituye delito alguno.
El hombre mira a la señora Harding a los ojos y le dice:
-Buenas tardes, señora Harding.
Como se dice en el libro del que he sacado esta pequeña broma -"Platón y un ornitorrinco entran en un bar"-, lo mejor es perseguir despiadamente el poder aparentando ser honrado. Sí, yo creo que lo principal es la buena educación. Cortesía y buenas formas ante todo. Uno puede estar insultando bestialmente al de al lado pero lo hace con tanto estilo que el pobre diablo incluso se maravillará ante nuestra innegable exquisitez. Amigos, sean educados e insulten.
Buenas tardes....
martes, marzo 25, 2008
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23 comentarios:
Perdón, no sé cómo representar que me he reído ante semejante ingenio, la felicito. Estoy nauseabundamente a favor de su insistencia en las buenas formas; sí, digamos de todo, pero seamos tendenciosamente correctos.Por eso uno de los grandes encantos de la serie Bond son lo educados que son los malvados, casi uno está dispuesto con una sonrisa a que el malvado de turno masacre a millones, pero ¿y el encanto con que lo hace? Pero, ay! si miramos la cosa patria, a uno le dan ganas de liquidar a casitodos, no por lo buenos o malos que puedan ser(más bien tontos), sino por su pésima educación.
Odio esta última pálabra, pero no tengo más remedio que emplearla, porque ha sucedido en estos sitios una cosa espantosa, terrible, asquerosa, alguien ha corregido a alguien sólo por el mero hecho de corregirlo y sin ninguna broma(que me hubiera aparecido lo apropiado).
Si, doña Liuva, escriba como le parezca, estoy con usted.
(sólo por esta vez, no se haga ilusiones doña Liuva)
-Un debate entre Gladstone y Disraeli. Dice el primero: "Caballero, usted morirá en galeras o de alguna enfermedad vergonzosa".
Contesta Disraeli: "Caballero, eso depende de si abrazo su política o a su amante".
Donna, el insulto sólo es válido si el otro se ofende, y si se dirige de una forma elegante, o, incluso brillante y llena de ingenio, es imposible sentirse ofendido, más bien, sorprendido de ser objeto de tanta atención. De esta forma el insulto pierde su naturaleza y se convierte en un halago.
Así que yo más bien les animo a halagarse mutuamente...seguro que de esa manera se sienten ofendidos de verdad.
Amén.
Y ante la maquiavélica objeción de la srta. anónima habría que recordar la importancia del público, del público inteligente que sí coja la broma... o el insulto.
Bernard Shaw recibió una carta anónima que contenía sólo la palabra "Imbécil".
Al leerla únicamente exclamó: "He recibido muchas cartas anónimas sin firma, pero es la primera vez que recibo una firma sin carta".
Por no llamar cabestro a nadie... Los cabestros son hermosos animales, bueyes aptos para conducir reses bravas. Puede que tengan su utilidad en el Congreso de los Diputados.
Gracias, muchas gracias, señor Anónimo, por su intervención a mi favor, me hace usted engordar más (de satisfacción) que las aceitadas de Zamora. Hay un proverbio mejicano que dice: “A las balas no hay que tenerles miedo; hay que temer a la velocidad con la que vienen”; y en este caso la bala la traía en la mano un cojo. Y, por supuesto, no me hago ilusiones, pero déjeme al menos disfrutar este momento de gloria.
Angelicata, acabo de comprar el libro “PLATÓN Y UN ORNITORRINCO ENTRAN EN UN BAR”. Ha sido curiosa su compra pues he entrado en una de las mejores (más grandes) librerías de Bilbao y ni lo conocían ni lo tenían en el ordenador, además las chicas me miraban con cara rara como si no se creyeran del todo ese título. Me he marchado pensando que alguien me había tomado el pelo. Me he metido en la librería de El Corte Inglés y he ido directamente al ordenador para ver si lo tenían. Y sí, allí si estaba, pero solo tenían una unidad. Nos ha costado encontrarla pero por fin he conseguido salir con el libro. He vuelto a la librería del principio y se lo he enseñado a la chica del ordenador (la dueña) mientras le decía con cara de satisfacción infinita: “os ha ganado la competencia”. Ella ha tomado nota del libro y mientras me daba las gracias medio cortada me ha dicho que nunca más le volverá a pasar eso.
Angelicata, vas a crear un conflicto entre los libreros de Bilbao.
Os pongo un diálogo griego sobre el concepto filosófico del retroceso infinito:
DIMITRI: Si Atlas sostiene el mundo, ¿qué sostiene a Atlas?
TASSO: Atlas se sostiene sobre el caparazón de una tortuga.
DIMITRI: Pero ¿sobre qué se sostiene la tortuga?
TASSO: Sobre otra tortuga.
DIMITRI: ¿Y qué sostiene a esa tortuga?
TASSO: Querido Dimitri, de ahí para abajo todo son tortugas.
Angelicata, acabo de comprar el libro “PLATÓN Y UN ORNITORRINCO ENTRAN EN UN BAR”. Ha sido curiosa su compra pues he entrado en una de las mejores (más grandes) librerías de Bilbao y ni lo conocían ni lo tenían en el ordenador, además las chicas me miraban con cara rara como si no se creyeran del todo ese título. Me he marchado pensando que alguien me había tomado el pelo. Me he metido en la librería de El Corte Inglés y he ido directamente al ordenador para ver si lo tenían. Y sí, allí si estaba, pero solo tenían una unidad. Nos ha costado encontrarla pero por fin he conseguido salir con el libro. He vuelto a la librería del principio y se lo he enseñado a la chica del ordenador (la dueña) mientras le decía con cara de satisfacción infinita: “os ha ganado la competencia”. Ella ha tomado nota del libro y mientras me daba las gracias medio cortada me ha dicho que nunca más le volverá a pasar eso.
Angelicata, vas a crear un conflicto entre los libreros de Bilbao.
Os pongo un diálogo griego sobre el concepto filosófico del retroceso infinito:
DIMITRI: Si Atlas sostiene el mundo, ¿qué sostiene a Atlas?
TASSO: Atlas se sostiene sobre el caparazón de una tortuga.
DIMITRI: Pero ¿sobre qué se sostiene la tortuga?
TASSO: Sobre otra tortuga.
DIMITRI: ¿Y qué sostiene a esa tortuga?
TASSO: Querido Dimitri, de ahí para abajo todo son tortugas.
Perdón, me han salido dos tortugas
¡Liuva! No sabe cuánto me sorprende mi gran influencia. Jo, hasta el punto de hacerle ir a buscar el libro de manera tan desesperada. Debo decir que me he alegrado mucho de que lo haya comprado,estoy segura de que le gustará. Es muy burlón y tiene unas bromas muy ingeniosas. Ya me dirá.
En realidad debería confesarles mi mala fe con respecto a este libro. Lo compré como excusa para el día del padre, pero en realidad lo quería yo, como es evidente. Mi padre se quedó con cara de pez pero manifestó su agradeciemiento de manera cordial. El pobre todavía ni lo ha tocado y yo me lo leí en dos dias. Sí, sé lo que están pensando. Pueden insultarme.
Doña Liuva usted está cambiando, no quiero darle esperanzas erróneas, pero incluso me parece que se va a redimir, ¿ha pensado en tener un novio que se llame Lohengrín? (incluso podría tener como suegro nada menos que a Parsifal).Se me olvidó felicitarla por su chiste de los ingenieros, ¡qué divertido! si los ingenieros son así, entonces quiero ser como ellos.
Por otra parte por volver al libidinoso incidente, corregir a alguien me parece de espantoso gusto; admitiría dos excepciones, una, aquella en que se intenta corregir por amor y como aquí no nos amamos(bueno, eso espero) y otra, corregir para hacer una buena broma o algo divertido. El mundo es demasiado siniestro ya para que corrijamos a los demás, si queremos corregir ahí te tienes a ti mismo... (se me ocurre ahora que esto suena demasiado a sermón corrector... bueno! corríjanme si me equivoco)
Cuentan que don Jacinto Benavente, homosexual "tolerado" en una sociedad intolerante se encontró en una acera estrecha con un individuo que le cortó el paso diciendo:
" Yo no le cedo el paso a un maricón".
Don Joaquín, bajándose de la acerca, le dijo: " Yo, sí".
Señor Anónimo, me tienta usted, pero no, cómo voy a tener un novio al que no pueda preguntar ni su nombre y que se me escape montado en un cisne blanco. No quiero ser como Elsa: “Como Elsa, ama, mas sin saber a quién. Sólo sabe que ama” (Cernura).
Los insultos metafóricos pueden llegar a ser muy elegantes; así, en Othello tenemos “You are an index and prologue to the history of lust and foul thoughts” y en Henry IV “His face is Lucifer’s privy-kitchen, where he doth nothing but roast malt-worms” (perdonad que no los traduzca; pero mi inglés no les haría justicia).
"No pude asistir al funeral, pero envié una amable carta diciendo que lo aprobaba". (Mark Twain)
Diálogo entre Bernard Shaw y Winston Churchill. Le escribe el comediógrafo: "Le incluyo dos entradas para el estreno de mi nueva obra; puede ir con un amigo, si es que tiene alguno".
Contesta el político: "Me es imposible asistir al estreno. Iré a la segunda representación, si es que la hay".
"Sirera: "En el PP sólo sobran los que dicen que sobra alguien"". Perdonen, sin entrar en polémicas seudopolíticas que hacen que sus intervinientes mientras creen hacer el papel de Gilgamesh en realidad hacen el de la señora Nickleby-si es que no más bajo-, me pregunto por el destino del autor de dicha frase.
Dos ejemplos de insultos elegantes:
“Es un hombre que ama a la naturaleza, a pesar de lo que la naturaleza hizo con él” (Forrest Tucker)
“Su madre debió haberlo tirado cuando nació para quedarse con la cigüeña” (Mae West). Estoy segura que si a Mae West le ofrecieran un novio como Lehengrín, se quedaría con el cisne blanco. Yo también. Sr. Anónimo búsqueme otro novio menos volátil.
Uno de los más grandes insultadores que ha habido es Jorge Luis Borges. Cuentan que cuando el poeta Gerardo Diego se acercó a saludar a Borges, lo hizo educadísimo diciéndole: “Maestro, soy Gerardo Diego”. El argentino lo miró sin verlo y le contestó con la agresiva dialéctica del insulto: “¿En qué quedamos, Gerardo o Diego?”
La paradoja vino años más tarde cuando les dieron el Premio Cervantes ex aequo a los dos, lo que vino a representar para los borgianos un insulto de difícil recibo.
De Cien años de soledad, vino a decir Jorge Luis Borges que “le sobraban cincuenta años”. Después cuando a García Márquez le dieron el Nobel, Borges se lo tomó como un sublime insulto.
Gracias por sus aportaciones, son muy divertidas. Aunque lo siguiente no tiene mucho que ver, no puedo resistirme:
COMO SER UN IMBÉCIL
El paso de la niñez a la pubertad y la misteriosa metamorfosis que da como resultado ese monstruo que es un adolescente podrían muy bien resumirse en un pequeño detalle, el de las antiguas mayúsculas del alfabeto griego: la gran zeta, una esfera atravesada por un aro como Saturno, o la gran épsilon, como un esbelto cáliz curvado, conservan todavía para mí un encanto y un misterio indescriptibles, como si fueran signos de calurosa bienvenida trazados sobre el amanecer del Edén. Las minúsculas griegas corrientes, aunque ahora me resultan mucho más familiares, me parecen cositas bastante desagradables, como una nube de mosquitos. En cuanto a lo acentos griegos, logré con éxito, a lo largo de una larga serie de trimestres escolares, evitar aprendérmelos; jamás me he sentido tan satisfecho como cuando, tiempo después, descubrí que los griegos tampoco se los aprendieron nunca. Sentía un claro orgullo de ser tan ignorante como Platón y Tucídides. Al menos, los griegos que escribieron la prosa y la poesía que merecían la pena estudiarse, no los conocían; según creo, los acentos fueron un invento de los gramáticos renacentistas. Pero es un hecho psicológico que la contemplación de una mayúscula griega aún me llena de felicidad; la de una minúscula, de una indiferencia teñida de disgusto y la de los acentos, de una santa indignación rayana en la irreverencia. Pienso que la explicación radica en que aprendí las mayúsculas griegas, como las mayúsculas inglesas, en casa; me las enseñaron como un juego cuando aún era pequeño, mientras que las otras las aprendí durante el período que llamamos educación, ese período en el que un desconocido me instruía sobre cosas que no deseaba saber. Cuento esto sólo para mostrar que yo era mucho más sabio y abierto a los seis años que a los dieciséis. Dios no permita que esto me sirva de base para una teoría pedagógica. En ciertos aspectos, este trabajo no puede dejar de ser teórico, pero no es necesario rizar el rizo y que además sea pedagógico. Desde luego, no adoptaré esa elegante actitud moderna de revolverme e insultar a mis maestros porque decidí no aprender lo que ellos estaban dispuestos a enseñar. Puede ser que en las renovadas escuelas de hoy, al niño le enseñen de tal forma que grite de placer a la vista de un acento griego. Pero me temo que es mucho más probable que las escuelas modernas se hayan librado del acento griego librándose del griego. Y en este punto, como suele ocurrir, estoy sin lugar a dudas del lado de mis maestros y en contra mía. Me alegro mucho de que mis denodados esfuerzos por no aprender latín se vieran frustrados en cierta medida y de no haber conseguido siquiera escapar de la contaminación de la lengua de Aristóteles y Demóstenes. Al menos sé el suficiente griego para coger el chiste cuando alguien dice (como sucedió el otro día) que el estudio de esa lengua no es propio de una época democrática. No sé de qué lengua pensaba él que procedía la democracia, y eso que hemos de admitir que esa palabra parece haberse convertido hoy en día en parte de la jerga periodística. Pero de momento lo que me interesa es el aspecto personal o psicológico; mi propio testimonio íntimo ante el hecho de que, por un motivo u otro, un muchacho pasa, con toda seguridad, de un primer estadio en el que desea aprender casi todo a un estadio posterior en el que apenas desea saber nada. Un viajero muy pragmático, con mucha experiencia y poca mística, me soltó en cierta ocasión: "Debe de haber algo en la educación totalmente equivocado. Hay mucha gente con niños maravillosos y los adultos son todos unos inútiles". Sé muy bien a qué se refería; aunque tengo dudas de si mi inutilidad actual es fruto de mi educación o si tiene algún otro motivo más misterioso y profundo.
G.K CHESTERTON, AUTOBIOGRAFÍA
Pues yo, si fuera mujer, saltaría de entusiasmo por tener a un novio como Lohengrín. (Seguramente por eso no soy mujer)
"ese período en el que un desconocido me instruía sobre cosas que no deseaba saber" .Qué genial! Y además esos desconocidos suelen ser muy desagradables, con tosco aspecto y con una aversión evidente a los cosas que ellos dicen amar.
Espero, doña Liuva que esté de parte de don Borges, al otro, al que usted lo opone, me parece un verdadero retrasado mental
Su pregunta tiene trampa, señor Anónimo, ya que hay dos posibilidades de retrasados mentales. Como me imagino que se referirá a García Márquez, le diré que a mi no me parece que a Cien años de soledad le sobren cincuenta años. Por otra parte, el soneto El ciprés de Silos es considerado por muchos como el mejor soneto de la literatura española.
Respecto a Borges le diré que aparte de ciego era viejo, chocho, cascarrabias, faltón y listo, muy listo. A mí me cae bien Borges, insultaba como nadie lo ha hecho nunca. Y le gustaban los gatos.
Miren lo que dijo una vez Borges sobre los vascos (es para enmarcarlo):
“Yo tengo mucha sangre vasca, pero ¿qué han hecho los vascos? Bueno: ordeñar, hacer queso, estar de mal humor -en el caso de Unamuno- y se acabó. Si no hubiera habido vascos la historia del mundo hubiera sido exactamente igual. Nadie se hubiera dado cuenta. Es casi como si no hubiera habido moscas, por ejemplo. (Claro que las moscas son más molestas que los vascos). No entiendo cómo alguien puede sentirse orgullosos de ser vasco. Los vascos me parecen más inservibles que los negros. Se habla de la voluntad vasca, de la terquedad vasca y ¿para qué ha servido? Nada más que para ser españoles o franceses. Por lo demás, han producido unos pintores execrables y un escritor insoportable como Unamuno. Yo también tengo esa sangre, pero cuando enumero mis orígenes soy muy cuidadoso en olvidarme de los vascos”.
Y va la Universidad del País Vasco y le concede en 1983 el título de doctor honoris causa.
Hay algunos sarcamos que rozan el insulto y que están a la vista de todos; como el que aparece en la puerta de la Universidad de Salamanca, que pone algo así como:
"Lo que natura non da, Salamanca non provee"...
Y hay un anónimo muy popular, que cuenta la historia de un político francés que le pidió a otro que se retractara por haberle insultado. El interpelado aludió:
-¿insultarle? Eso es demasiado fácil; El mérito está en encontrar algo agradable que decir de usted.
Acertó. Gracias, gracias doña Liuva, ahora me cae mucho mejor Borges. Pero, ¿y Blas de Lezo? ¿supo de él Borges?
Seguramente don Borges, en un espacio no superior a dos semanas, en cualquier evento peregrino elaboraría, con la misma pulcritud, una apología enorme de los vascos. Y, seguramente, se haría eco de las olvidadas y asombrosas hazañas de don Blas de Lezo para escarnio de hispanos y franceses, que es lo que fue, después de todo, el mentado gixon-erdia. Él era así (Borges, digo). De otro lado, señor anónimo, su sutil insulto a los vascos queda, si no admirado, registrado.
No sé si puede llegar a ser un sabroso insulto insistir en que todos deseamos que la adorable donna Angelicata cree una entrada cada día, "para, sin desmerecer la maravilla de su prosa, leer, seguidamente, los suculentos comentarios". Claro que, del mismo modo, no ignoramos que dentro de los comentarios ella siempre cumplirá el honor de dejarnos lo que, ciertamente, son nuevas maravillosas entradas.
Y, abundando: si Liuva fue capaz de ir a la librería (¿quizá a esa enorme que hay en Alde Zaharra?) en pos del libro que cita usted, un servidor no dudó en aprovisionarse de un par de obras de Chesterton después de leer su entrada «Paradojas» de 9 de febrero, entre ellas 'El hombre que fue jueves' en cuya lenta lectura me hallo inmerso.
El brazo de su influencia, querida, es alargado...
No me canso.
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