— ¡Sala de billar!
Como de costumbre, Trotter no dijo nada, pero se puso a acariciar su segunda taza de café.También como de costumbre, el café estaba horrible; aunque lo cierto es que yo era nuevo en el grupo y todavía no se me había encallecido bastante la pared interior del tubo gástrico.
— Ahora considerad el final de una partida de billar de tronera -dije-. Tenéis todas las bolas, menos la del taco, por supuesto, en una tronera determinada…
— Espera un poco -interrumpió Thetier, siempre purista-, ¿no importa en qué tronera con tal de que las pongas en un cierto orden, o…?
— No hace al caso. Terminada la partida, las bolas están en diversas troneras. ¿De acuerdo? Ahora supongamos que entráis en la sala de billar cuando la partida ha termindo definitivamente y observáis tan sólo esa posición final, y luego tratáis de reconstruir el curso que siguieron los acontecimientos. Evidentemente, tendréis cierto número de alternativas.
— Si conoces las reglas del juego, no -objetó Madend.
— Supón que las ignoras por completo -dije-. Puedes suponer que las bolas fueron a parar a las troneras al ser golpeadas por la del taco, la cual, a su vez, recibió el impacto de éste. Esta sería la verdad, pero no es muy probable que se te ocurriese espontáneamente esta explicación. Porque es mucho más probable que supusieras que las bolas habían sido colocadas a mano, una por una, en las respectivas troneras, o que las bolas hubiesen estado eternamente en las troneras tal como las encontraste…"
Tras leer este relato de Isaac Asimov ha sido inevitable no pensar en la navaja de Occam.
En el relato de Asimov, tras valorar las dos posibles opciones, según las cuales, dos personas aparecieron, colocaron todas las bolas menos una formando un triángulo; la restante la colocaron en el extremo opuesto de la mesa, y comenzaron a golpearla con estos palos de aquí, empujaron a todas las bolas, siguiendo un conjunto de reglas estrictas, haciéndolas chocar unas con otras, introduciéndolas así una a una en los agujeros, y turnándose en el golpeo según se desarrollaba el juego y, la segunda opción: las bolas han estado ahí siempre, la conclusión a la que occamianamente se llegaría sería esta última.
Pensemos, análogamente, en como los creacionistas hacen uso del pobre Occam, en este caso, para sustentar la idea de un Creador o Diseñador inteligente (¿quién diseñó al diseñador?) frente a la teoría evolucionista (y yo me pregunto si es más fácilmente asumible la primera que la segunda). Aunque eso es otra historia (tal y como apuntó míticamente Billy Wilder en "Irma la dulce")
Como siempre, el genial Chesterton acudirá agudamente en mi ayuda para establecer una hermosa coda con sus palabras:
"Es más fácil creer en lo imposible que en lo improbable". Chesterton