miércoles, abril 23, 2008

Feliz día del Libro

Rufio.- ¿Que ha ocurrido, hombre?

Teodoto.- (bajando a la carrera el vestíbulo) El fuego se ha extendido de vuestros barcos. Perece la primera de las siete maravillas del mundo. La biblioteca de Alejandría está en llamas.

Rufio.- ¡Bah! (Completamente aliviado, sube al templete y contempla los preparativos de las tropas que están en la playa.)

César.- ¿Eso es todo?

Teodoto.- (Incapaz de dar crédito a sus sentidos) ¿Todo? César, ¿quieres pasar a la posteridad como un soldado bárbaro, demasiado ignorante como para conocer el valor de los libros?

César.- Teodoto, yo mismo soy autor y te digo que es mejor que los egipcios vivan sus vidas en lugar de soñarlas con la ayuda de los libros.

Teodoto.-(Arrodillándose, con genuina emoción literaria, con pasión del pedante.) César, una vez en cada diez generaciones de hombres el mundo conquista un libro inmortal.

César.- (Inflexible) Si dicho libro no halagara a la humanidad, el verdugo lo quemaría.

Teodoto.- Sin historia, la muerte te pondrá junto al mas humilde de tus soldados.

César.- La muerte lo hará, de cualquier modo. No pido una mejor tumba.

Teodoto.- Lo que arde allí es la memoria de la humanidad.

César.- Es una memoria infame. Que arda [...]


"César y Cleopatra". George Bernard Shaw.

Qué brutote era este César. Les ruego que ustedes no sigan sus flamígeros consejos y no quemen sus preciados libros (si fuera malvada diría "si es que tienen"). En su lugar, envíenmelos a mí (pueden ahorrarse la rosa). Gracias.

martes, abril 15, 2008

El feliz término medio

Por todos es conocido que me divierte escribir (y sí, mucho más conocido, que lo que de verdad me divierte es escribir tonterias). Pues bien, dicho esto, anteayer se me planteó una terrible disyuntiva. Por una parte, en mi lugar de trabajo se presentaba el último libro de Ferrán Torrent y por otra, en mi amado Palau de la Música había una conferencia de Rafael Chirbes sobre la novela como oficio, o algo parecido. Bueno, lo de terrible disyuntiva evidentemente es un decir, pues, uno: no pensaba quedarme ni un minuto más en el trabajo, y dos: Ferran Torrent... mmmm, ¡vade retro!. Acudí, por tanto, al Palau. Eso sí, antes logré convencer a una compañera, dados mis innegables talentos persuasivos -ríanse de los inocuos cantos de sirena que describió Homero- (esto es, asegurándole que había un pica-pica después de la charla -falso, está claro-, y ofreciéndome, en un ejemplo de altruismo sin parangón, a llevarle a casa en mi fastuoso y opulento medio de transporte, el Porsche, como recordarán) para que viniera conmigo, pues siempre es menos embarazosa una huida en bandada si las cosas se ponen feas (léase, aburridas) que en solitario. La muchacha dejó escapar un penetrante alarido de esos que alertan de un bombardeo enemigo, y mientras abría la boca como el escualo protagonista de "Tiburón", supe que todo ello era más que suficiente aprobación. Procedí, por tanto, al remolque hacía el musical edificio.

Insinuar que lo que dijo este pobre hombre durante una hora y media resultó ínfimamente sugestivo, es una hipérbole delirante. Antes de entrar en estado de narcolepsia, y para frenar una depresión galopante, me puse a pensar en si comprar la mejor guillotina portátil del mundo o empalarlo a él en una estaca. Sumida yo en tales pensamientos (algún estúpido diría que "desconecté"), súbitamente, la señora que moderaba -esto es un decir- procedió a dar por finalizada la sesión con un bramido tal como para retorcerme la trompa de Eustaquio. Miré a mi pobre amiga con una mezcla de compasión y miedo, la fórmula aristotélica para la tragedia, y me di cuenta de que sus ojos comenzaban a vidriarse. Esto me hizo pensar dos cosas, pero evidentemente teniendo en cuenta mi estado de embolia cerebral silente, me incliné por la más acorde con mi estado. Se había aburrido como un molusco que escucha a un molusco soso. Emocionalmente afectada por esta tragedia digna de Eurípides, me pregunté como podía resarcir el mal causado por mi irresponsable actuación y busqué solaz en el casi siempre eficaz consejo materno, de resultas de lo cual me hallo dedicándole esta entrada tan absurda.

Pero como, por otra parte, no me gustaría dejarles a ustedes sin la exquisitez de algún gran razonamiento universal tan propio de este blog, finalizo esta extraña entrada con un fragmento que me gustó muchísimo del genial libro: "Diario de un Don Nadie".
Au revoir, zopencos! (perdón, así termina el autor):

"¿Feliz término medio, dice usted?. ¿Sabe lo que significa "feliz término medio?. Pues "miserable mediocridad". Yo estoy a favor de ir en primera clase o en tercera; de casarse con una duquesa o con una criada. El feliz término medio equivale a la respetabilidad y la respetabilidad equivale a la insipidez.(...)
Con una asombrosa elocuencia que tornaba sus incómodas opiniones en argumentos perfectamente convincentes, ha continuado: El feliz término medio no es sino una vulgar media tinta. Un hombre al que le encanta el champán pero, al quedar satisfecho con una pinta, teme enfrentarse a una botella entera y recurre a una pinta imperial, nunca construirá un puente de Brooklyn o una Torre Eiffel. No, es un individuo de poco fuste, una medianía, respetable, un feliz termino medio, en realidad, y pasará el resto de su vida en una casa de algún barrio residencial con un pórtico de columnas de estuco parecido al armazón de una cama de postes. Algo así, es típico de un hombre apocado, con barba lacia, la cabeza poco amueblada y una corbata de quita y pon."

Nota: Y ahora me doy cuenta de que dedicar una entrada que versa sobre la mediocridad debe ser más catastrófico que la respuesta de Spencer Tracy a Katherine Hepburn ante la afirmación de ésta de que le creía más alto. "No se preocupe -contestó Tracy-, me encargaré de rebajarla a mi nivel".

sábado, abril 05, 2008

De conciertos y solomillos

No podría negar (ni tampoco ustedes, viscosillos amigos) que mi día de ayer no fuera de lo más completo. Obviando las horas laborales, les cuento a partir de cuando salí del centro de trabajo (bueno, si alguien está particularmente interesado en una profusa descripción del mismo -cosa que no entendería, pero una nunca sabe, como son ustedes tan raros y misteriosos- puede solicitarlo en privado vía mail, previa compensación económica que me llegue al menos para un tomo del Diccionario Bompiani).

Bien, como les decía, salí a las 17:00 con el alma agitada ante la siempre feliz perspectiva de que era ya fin de semana, cosa que aún sin tener colosales planes, siempre es motivo de alborozo.
La cosa se desarrollaría de la siguiente manera. Había comprado dos entradas para invitar a una buena amiga al teatro (del que más tarde hablaré), pero entre que éste empezaba a las 22:30 y yo a las 17:30 tenía que recoger mi nuevo y avanzado teléfono móvil en unos grandes almacenes y no me apetecía volver a casa, decidí hacer tiempo hasta que la recogiera comprándome ipso facto una entrada para el Palau de la Música. Ayer dirigía Josep Vicent (sí, el tipo de pelos raros e imagen ultramoderna que sale de jurado en Cuatro) y el programa era el siguiente:

- La Ascensión: Cuatro meditaciones sinfónicas. Olivier Messiaen
- Mandrake in the corner. Christian Lindberg
- Una noche en el monte pelado. Modest Musorgski
- El poema del éxtasis. Alexander Scribian

Me gustó bastante, además estaba sentada en coro, y ahí los impresionante sonidos de los timbales y demás percusión hacían que mi corazón resonará como el bombardeo de Dresde. Fue divertido cuando al final de "Mandrake in the corner", y de la primera parte por tanto, de repente un señor se levantó del público y con un grácil salto, subió al escenario a recibir las ovaciones como el resto de músicos. Yo, que soy poco ducha en estos temas, nada habría entendido de no ser por un gentil hombre que se sentaba junto a mí con su hijo pequeño, y que le dijo a éste con una voz profunda y cavernosa: "Mira, mira, es Christoph Lindberg". Yo creo que la seráfica criatura se quedó con la misma expresión de a quién le están diciendo: "Mira, mira, es Antonio Gala", pero bueno, yo se lo agradecí.

A estas alturas de la tarde, o más bien la noche, ya nos situamos en las 21:37 horas. Demonios, y aún tenía que ir hasta el coche, desafiar al tráfico y recoger a mi amiga (que, a todo esto, no sabía donde la llevaba y toda la semana había estado dándole pistas de lo más extravagantes acerca del plan. Lo que todavía no alcanzo a entender es como accedió con tanta ingenuidad, pues las pistas, como digo, eran harto extrañas y algo tenebrosas). Bien, 22:03 horas. Nos hallámos en mi Porsche deportivo -bueno, en este blog todo es posible, ¿no?-. Como el rayo que fulmina el solitario árbol, nos plantamos a las 22:15 en el hall del Teatro TAMA de Aldaya (Valencia). Todo se dispone de manera favorable. La obra comienza a las 22:30. Se trata de una producción de la compañía Sexpeare, "Solomillo, una historia poco hecha" con el genial, genial, genial, Fele Martinez (sí, el amigo raro en "Tesis" y tantas otras películas)


Y a partir de aquí, y durante dos horas, tuve la mandíbula completamente desencajada, y creo que aún no se ha recuperado del todo, la pobre. Reconozco que soy un tanto escéptica respecto a la mayoria de obras teatrales y que, en parte, quería darle la sorpresa a mi amiga, que le suelen gustar mucho, aunque Fele Martinez fuera un estimulante reclamo. Pero esta obra, pese a lo surrealista que era, me dejo encandilada gracias a la divertídisima interpretación que hace este hombre. De hecho él es el único personaje de la obra, pero como decía Jardiel Poncela en una de sus obras teatrales: "Personajes: Los estrictamente precisos y necesarios y alguno que ni es necesario ni es preciso". Bueno, al salir, y al ir a por el coche, me percaté de un tumulto en la parte trasera del teatro. Mis sospechas se confirmaron. Habían abierto las puertas de atrás, para saludar al actor. Allá que fuimos desbordantemente contentas como dos colegialas. Fue realmente amable, nos firmó sendos autógrafos y nos hicimos también sendas fotos (la colgaría aquí para dar fe de ello, pero no quiero que se desvele ya el misterio de que en realidad soy un tipo gordo y peludo)

He aquí transcripto el diálogo que mantuvimos, con todas nuestras fuerzas, por cierto:

Yo (extremadamente tímida): Hola

Fele: Hola

Yo: Enhorabuena

Fele: Muchas gracias

Mi amiga: Enhorabuena, ha sido realmente increíble, deslumbrante (como ven, ella no es tan tímida)

Fele: Gracias, bueno, lo cierto es que llevámos preparando esta obra muchos meses. Lo que decía medio de broma en la última parte, es completamente cierto.

Yo: ¿Me puedes firmar un autógrafo?.

Fele: Claro, ¿cómo te llamas?

Yo (para mantener el anónimato, diré que dije... mmmm, Agustina!): Agustina

Fele: Gracias, aquí tienes, ¿y tú? (a mi amiga)

Mi amiga (para mantener su anónimato, diré que dijo... mmmm, Agustina!): Agustina (es que en realidad nos llámamos igual)

Fele: Ah, os llamáis igual.

Mi amiga: Sí, y de apellido también.

Fele: Ah, sí que es curioso.

Mi amiga: ¿Me puedo hacer una foto contigo?.

Fele: Claro

Yo: Chpspspspsps (sonido de hacer una foto)

Fele (a mí): ¿Quieres una también?

Yo: Vale. Gracias.

Mi amiga: Chspspspsps (sonido de hacer una foto otra vez)

Yo (en mis pensamientos: Este hombre agarra la cintura con una fuerza hercúlea, apenas puedo respirar)

Él (en sus pensamientos: Esta muchacha es lozana y atractiva, voy a dejarlo todo para casarme con ella).

Bueno, así fue como muy por encima se sucedieron los acontecimientos. ¡Un saludo, Fele!